Germaine Krull empezó a fotografiar desnudos, sobre todo femeninos, en Berlín al comenzar la década de los 20 del pasado siglo, y muchas de esas imágenes ilustraron publicaciones científicas y naturistas. Había tenido una educación tolerante y un tanto heterodoxa que no coartaría sus hábitos e inclinaciones masculinas, lo que le dio el temple del varón para cuanto afrontó en la vida. Instalada en París donde abrió su estudio en 1926, se casó con el director de cine Joris Ivens -admirador y seguidor de Eisenstein y de Flaherty y autor de “Tierra de España” (1936), estremecedor documento sobre la guerra española al que Hemingway puso la voz del narrador,- cuyos trabajos para el documental “El puente” (1928) despertarán en ella la fascinación por una materia insólita: el paisaje industrial. Germaine Krull lo elevará a la condición de obra maestra en su libro “Métal” (1928). Durante los siguientes años practicará el fotoperiodismo, visitando Madrid al proclamarse la 2ª Republica. En París se relacionó activamente y fotografió a la élite intelectual francesa (Valéry, Gide, Malraux, Morand, Cocteau, Colette, etc.), así como a numerosos artistas y creadores (el actor Louis Jouvet, el director Jean Renoir, el fotógrafo Eli Lotar, los pintores Robert y Sonia Delaunay, etc.), aunque en muchos casos va a retratarlos de modo peculiar: “La corbata de Félix Labisse”, pintor surrealista; “Las manos Arthur Honegger”, compositor; “La casa de Tristan Tzara”, de Adolf Loos, etc. Sin embargo, el desnudo seguirá siendo un motivo predilecto en la fotografía de Krull, que evolucionará de una visión de lo femenino marcada por el pictorialismo y las tendencias naturistas, a una expresión creativa y sensual en la que el cuerpo, a veces ciertamente masculinizado de la mujer, ofrece la imagen independiente y moderna a la vez que seductora y misteriosa de una nueva feminidad. En 1930 edita el portafolio “Étude de nu”, con 24 fotograbados de desnudos, en cuyo texto de presentación va a intentar explicar qué significa para ella la fotografía y quién es el verdadero fotógrafo, aunque la finalidad de sus palabras fuera simplemente aclarar por qué hacía desnudos. Tal aclaración parece razonable al hilo del propio discurso teórico de Krull, donde presenta al fotógrafo como “testigo de su época”, es decir el primer tercio del siglo XX, época socialmente convulsa y transformadora en la que el desnudo, tan allegado a la estética como distante de la ética (sus trabajos en este campo serán calificados de “sátiras de pornografía lesbiana”), no parecía testimoniar ninguna realidad política o sociológica. Aunque verdaderamente sí lo estuviera haciendo: la de una feminidad contemporánea.
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